Así se cometió el crimen colectivo en el Mar Menor la mayor laguna salada de Europa: el historial de agresiones comenzó con la minería y la agricultura intensiva le ha dado la puntilla.

La olla podrida que borbotea ahora mismo en el Mar Menor se ha cocinado a fuego lento al menos durante los últimos cuarenta años. Los miles de peces y crustáceos que boqueaban el sábado de la semana pasada en las orillas de la laguna antes de morir asfixiados simplemente estaban pagando la factura de cuatro décadas de agresiones a un ecosistema único -la laguna salada más grande de Europa- que se aproxima peligrosamente a un punto de no retorno, según las advertencias de la comunidad investigadora. A los pies de vecinos y turistas, que hacían fotos y grababan vídeos entre el asombro y las lágrimas, la fauna marina escapaba de un mar chico más muerto que vivo, donde hasta no hace mucho uno podía bucear en aguas claras rodeado de caballitos.

¿Qué ha ocurrido para contaminar hasta la ‘sopa verde’ un humedal de 135 km2, de 21 kilómetros de longitud y una anchura media de 14? Básicamente, un maltrato al medio natural y una negligencia evidente por parte de los responsables políticos y administrativos que no aprobaron la normativa necesaria, no aplicaron la que estaba vigente y tampoco vigilaron las malas prácticas que estaban envenenando un espacio natural que también es el territorio afectivo de miles de personas. Seguramente sin ser conscientes, muchos de quienes lloran hoy por el Mar Menor han participado en el mayor desastre ecológico que se recuerda en la Región de Murcia desde la colmatación de la bahía de Portmán por los residuos mineros. Pero la literatura científica ya avisaba desde hacía décadas -como también lo hacían las organizaciones ecologistas-: la del Mar Menor era una muerte anunciada y el proceso galopante de eutrofización que se hizo evidente en la primavera de 2016 solo confirmó el desastre natural tantas veces profetizado. Esta vez sí.

1. Minería y metales pesados mezclados con la arena

Oro, plata, plomo, zinc, hierro y cobre. Metales demasiados valiosos para no extraerlos de las sierras de Cartagena y La Unión. Un coto minero que mira hacia la cubeta sur del Mar Menor, adonde aún llegan restos de minerales a través de varias ramblas: Las Matildes, que afecta al arenal de Los Urrutias; del Beal, que llega a Lo Poyo; de Ponce, a Los Nietos; y de La Carrasquilla, a Islas Menores. Íberos, fenicios, cartagineses y romanos ya explotaban estas minas, que resurgieron a finales del siglo XIX con minifundios para sacar plomo, y a cielo abierto a partir de 1957. Entre ese año y 1987 se movieron 360 millones de toneladas de rocas, hasta que la actividad cesó en 1990, cuando se cortó, en una imagen histórica, el chorro venenoso de Portmán. Pero los estériles siguen llegando al Mar Menor, desde balsas desprotegidas, empujados por el viento y a través de los cauces cuando llueve torrencialmente. La laguna acumula cadmio, arsénico, plomo, zinc, manganeso y cobre, «todos ellos metales tóxicos y peligrosos para la salud de las personas y los ecosistemas», según el edafólogo de la UPCT José Matías Peñas. Un dato revelador: la sedimentación se acumuló en los fondos de la laguna a razón de 30 centímetros por siglo desde 1890 hasta la actualidad, cuando desde la Edad Media hasta finales del XIX solo sumaba cuatro centímetros cada cien años. El Mar Menor contiene tal cantidad de estériles que la laguna está considerada oficialmente como yacimiento minero.

2. Apertura del Canal del Estacio – Una autopista para las especies invasoras

En plena época de desarrollismo, el legendario abogado y promotor inmobiliario Tomás Maestre Aznar (Madrid, 1925-2013) aspiraba a convertir La Manga en un destino turístico al nivel de Marbella, Benidorm o Torremolinos, el modelo a seguir hace casi cincuenta años. Así que, si Marbella tenía Puerto Banús -inaugurado en 1970-, el Mar Menor tendría el Puerto de Tomás Maestre. Pero había un problema de acceso desde el Mediterráneo, así que, entre 1972 y 1973, se dragó y ensanchó una de las cinco golas que comunican los dos mares, la del Estacio, para que los barcos pudieran navegar por lo que hasta entonces era un canal natural que regulaba los intercambios de agua, mucho más salina en la albufera.

Como excusa para dragar y ensanchar el Estacio también se utilizó la evidencia de que los vertidos urbanos ya comenzaban a contaminar entonces la laguna, así que la apertura del canal para ‘diluir’ la suciedad del agua pesó como argumento añadido al de la navegación para ejecutar las obras.

Los pescadores afirman que el Mar Menor nunca fue el mismo desde entonces. Los científicos, también. En los años inmediatos se constató una bajada de la temperatura y de la salinidad de la laguna, en un fenómeno conocido como ‘mediterranización’. También aprovecharon la nueva autopista acuática numerosas especies foráneas, que se instalaron en el ahora confortable Mar Menor, que antes les resultaba hostil. La bióloga marina Francisca Giménez Casalduero, profesora de la Universidad de Alicante, ha documentado la entrada a la laguna de cientos de especies foráneas, muchas de ellas a través del Estacio. Medusas, nacras, babosas, cangrejos azules… Fauna extraña que desplaza a la autóctona y que altera un espacio natural con características únicas y muy definidas.

A petición de la Cofradía de Pescadores de San Pedro del Pinatar, el Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo arrancó en 1980 a Tomás Maestre el compromiso de cerrar la gola del Estacio hasta restituir su abertura original. Nunca lo hizo.

3. Agricultura y ganadería – 20.000 hectáreas de regadío ilegales

La llegada del Trasvase Tajo-Segura supuso la transformación del Campo de Cartagena. Física y económicamente. Una cuenca vertiente que arranca en el municipio de Murcia, con cultivos de secano donde predominaban algarrobos y almendros, fue mutando año a año con plantaciones de regadío. La prosperidad del agua de riego alteró el territorio porque se roturaron lomas y casi cualquier accidente geográfico para crear amplios espacios llanos donde plantar lechugas, pimientos, melones y otras hortalizas que aportaron grandes rentas en la comarca. El terreno, desprovisto de vegetación natural y arado en dirección al Mar Menor -para evitar que el agua se ‘duerma’ en los bancales y pudra las raíces de las plantas-, dejó de proteger el humedal de las avenidas, que introducían toneladas de sedimentos contaminados, en ocasiones por cauces desviados.

La agricultura intensiva y altamente tecnificada, ya en manos de grandes grupos agroindustriales y cadenas de distribución, avanzó hasta casi tocar la lámina de agua, pero dejando un alto coste ambiental. Pesticidas y nitratos procedentes de los abonos han penetrado en el Mar Menor por el aire, en superficie -a través de ramblas como la del Albujón y Miranda- y de forma subterránea a través de un acuífero envenenado durante cuarenta años.

Y, en muchos casos, vulnerando la ley: según datos oficiales -Declaración de Impacto Ambiental para el proyecto de ‘vertido cero’ del Ministerio para la Transición Ecológica-, de las aproximadamente 60.000 hectáreas de regadío del Campo de Cartagena, unas 20.000 carecen de concesiones de agua. O sea, son ilegales.

En cuanto a las explotaciones ganaderas, el 90% de las granjas inspeccionadas durante la realización de la DIA del ‘vertido cero’ presentaron incumplimientos normativos, de manera que en unas 500 balsas que almacenan purines se detectaron problemas de infiltración al subsuelo o desbordamiento.

Según el grupo de investigación Ecosistemas Mediterráneos de la Universidad de Murcia, la actividad agraria es responsable en un 85% de la eutrofización del Mar Menor.

4. Un aquífero contaminado – 300.000 toneladas de nitratos en el subsuelo

El Campo de Cartagena ha funcionado en las últimas décadas como una sofisticada máquina de regadío, en parte fuera de la ley, perforado como un colador -1,2 pozos por km2- y atravesado por una compleja red de tuberías clandestinas: la Confederación Hidrográfica del Segura cifra en unos mil los pozos que han estado extrayendo sin permiso agua del subsuelo, que después se desalobraba en pequeñas instalaciones caseras, a menudo ocultas en zulos para burlar la vigilancia. Aunque era un secreto a voces, algo así como una pillería consentida, incluso por las autoridades, como ha quedado claro en las declaraciones judiciales de los imputados en el ‘caso Topillo’, que investiga la contaminación del Mar Menor por iniciativa de la Fiscalía del TSJ, y en el que están encausados 37 ex altos cargos (13) y agricultores y sociedades agrarias (24), entre ellos políticos tan conocidos como Antonio Cerdá (PP) y José Salvador Fuentes Zorita (PSOE). Un año después, en un ‘spin-off’ de esta causa -la operación ‘Chandos’-, la Guardia Civil imputó a otros 63 agricultores y precintó 38 plantas desalobradoras y 35 pozos ilegales.

Porque seguían con el mismo operativo: ‘lavando’ el agua del subsuelo -un bien común- y vertiendo el rechazo de salmuera de nuevo dentro del terreno, al alcantarillado o a las ramblas, junto con aguas de rechazo y cargadas de fertilizantes. Un circuito fatal que ha contaminado el acuífero Cuaternario, la masa de agua más importante del sistema hidrológico Campo de Cartagena-Mar Menor, que acumula ya 300.000 toneladas de nitratos.

Estas aguas, dulces y ‘dopadas’, son la mayor fuente contaminante del Mar Menor, expuesto a esta entrada de caudales de forma subterránea a través de diferentes puntos a lo largo de sus 23 km de ribera. ¿Cuánta agua entra? No se sabe con certeza. Unos cinco hectómetros al año, según estudios antiguos de la CHS, y hasta 68, según otras investigaciones hidrogeológicas. Hay en marcha un informe, que está elaborando Tragsa, para determinar con exactitud cuál es la intrusión del acuífero en la laguna.

5. Urbanismo incontrolado – 6.000 hectáreas más de cemento entre 1986-2016

En 1956, la ocupación de los cien primeros metros alrededor del Mar Menor solo llegaba al 7% (138 hectáreas). En el año 2010 -el último dato registrado-, llegaba al 40% (756 hectáreas). Durante las últimas décadas, el esprint urbanístico ha rodeado a la laguna de hormigón, una asfixia en forma no solo de viviendas -sobre todo en Los Alcázares, el municipio que más ha crecido-, sino también de paseos marítimos y otras infraestructuras que han artificializado un ecosistema que necesita respirar. Más allá de los primeros cien metros de litoral, entre 1986 y 2016, la superficie urbana aumentó en 6.000 hectáreas en el entorno del Mar Menor. La fiesta del cemento también dio para carreteras, polígonos industriales y otras construcciones que sellaron el terreno y favorecieron las avenidas veloces, sin el freno natural que ofrece la porosidad de la tierra y en algunas zonas a través de cauces desviados o directamente ocupados. Los estragos de la gota fría de mitad de septiembre son también la consecuencia de una gestión del territorio negligente e incontrolada. La Asamblea Regional aprobó en febrero de 2017 una moratoria urbanística con tantas excepciones que, en la práctica, es una «declaración de intenciones vacía de contenido», según la crítica del director de la Asociación de Naturalistas del Sureste (Anse), Pedro García.

6. Vertidos urbanos – Sin saneamiento integral hasta los años noventa

El vertiginoso desarrollo urbano y turístico del Mar Menor generó un importante volumen de aguas residuales que, en parte, se han vertido a la laguna hasta fechas muy recientes, con la consiguiente contaminación orgánica y de nutrientes. Fósforo por un tubo al tirar de la cadena. Hasta mediados de los años ochenta no se construyó la red de alcantarillado en los principales núcleos urbanos y, en 1992, se abordó el saneamiento integral con un acuerdo entre Comunidad Autónoma y Ministerio de Obras Públicas para la construcción de depuradoras y colectores valorados en más de 5.500 millones de pesetas -33 millones de euros actuales-. Los vertidos urbanos son ahora ocasionales, debidos a deficiencias en las infraestructuras de depuración y redes de saneamiento, que afloran en verano -cuando se concentra una población de más de medio millón de personas en la laguna- y durante episodios de grandes lluvias, cuando se supera la capacidad de las depuradoras o se averían. Para la UMU, un 15% de la ‘sopa verde’ es achacable a los vertidos urbanos.

7. Destrucción de humedales – Salinas abandonadas y arenales ocupados

El espacio natural del Mar Menor no es solo la laguna; rodeando la lámina de agua -que ha perdido 50 hectáreas de superficie desde finales del siglo XIX- existía un conjunto de humedales de transición, zonas inundables y salinas que se han ido descuidando, ocupando o destruyendo, haciendo más vulnerable el ecosistema. El abandono de las Salinas de Marchamalo y las presiones urbanísticas sobre el humedal de Lo Poyo, la marina de El Carmolí, los arenales de La Manga y las Encañizadas han asfixiado -un poco más- al Mar Menor.

8. Puertos, diques y regeneración de las playas – Alteración de corrientes y acumulación de lodos

El Mar Menor ha sido visto socialmente más como un recurso turístico que como un espacio protegido; más como macropiscina para usos recreativos que como un enclave de biodiversidad singular que, además, presta servicios naturales gratuitos. Y se ha abusado del hormigón y de las infraestructuras ‘duras’ para dar servicio a numerosas actividades de ocio. Como los puertos deportivos, diez en el interior de la laguna con un total de 3.853 puntos de amarre. La densidad de puertos por kilómetro de costa es casi cinco veces superior a la de las islas Baleares, y su número de atraques por kilómetro solo es superado por el litoral de Barcelona, según datos del Grupo de Ecología Lagunar del Comité Científico del Mar Menor. La proliferación de puertos, diques y paseos marítimos altera la normal circulación del agua y la dinámica de los sedimentos, entre otros problemas.

En paralelo, la contaminación de los barcos a motor aumentó conforme se construían los puertos deportivos. Otra agresión náutica: la de las embarcaciones fondeadas ilegalmente con ‘muertos’ que destruyen el fondo marino. Aún quedan más de mil amarradas a la gira, según la Capitanía Marítima de Cartagena.

Las mal llamadas regeneraciones de playas, ya denunciadas por científicos como Ángel Pérez Ruzafa hace más de treinta años, llenaron de lodos amplias zonas donde se vertieron arenas de mala calidad para ampliar zonas de baño, que sustituyeron a los ahora añorados balnearios de madera. Estas prácticas agresivas con las zonas más someras de la laguna -y más delicadas- no han cesado pese al rechazo de los expertos. Y es que el Mar Menor, originariamente, nunca tuvo playas. La zona que conserva mejor el aspecto primigenio de la laguna, con su carrizal, se puede apreciar en La Hita (Los Alcázares).

9. Dejadez de la administración – Leyes que no se cumplen y normas que no se tramitan

«El Mar Menor está mejor que nunca y no vamos a reducir regadíos». Esta afirmación resume la gestión de la laguna y su entorno por parte de la Administración regional, durante los últimos 24 años en manos del Partido Popular. La frase la pronunció en 2010 Antonio Cerdá, consejero de máxima confianza en todos los gobiernos de Ramón Luis Valcárcel y el político que durante más tiempo ha tenido bajo su responsabilidad las competencias de Agua, Agricultura y Medio Ambiente. Con el resultado para todos conocido. Imputado en la causa judicial que investiga la contaminación del Mar Menor, Cerdá declaró hace un año ante el juez Ángel Garrote que la degradación de la laguna se debía a las lluvias y a las cremas solares, y que en ningún caso a los nitratos agrícolas. El exconsejero, miembro de la Academia de Ciencias de la Región, profesor de investigación en el Cebas-CSIC y director de una cátedra sobre agroalimentación en la Universidad Católica San Antonio de Murcia, sorprendió en sede judicial por su negacionismo ante la evidencia de los análisis. En este caldo de cultivo, ¿a quién le extraña que un espacio natural blindado sobre el papel con numerosas figuras de protección haya terminado medio podrido?

Paisaje protegido, Lugar de Importancia Comunitaria (LIC), Zona de Especial Protección de Aves (ZEPA), incluido en la Red Natura 2000 y en el convenio internacional Ramsar, Área de Protección de Fauna Silvestre, Lugar de Interés Geológico (LIG), Zona Especialmente Protegida de Importancia para el Mediterráneo (ZEPIM)… Pues bien, toda esta normativa, que consagra al Mar Menor como un santuario de la naturaleza, no ha sido suficiente para conservar sus valores ecológicos. Y no solo eso: desde la propia Administración se urdieron intentos para desprotegerlo en la época del ‘boom’ del ladrillo. Antonio Cerdá también está imputado en el ‘caso Novo Carthago’ -junto a otro exconsejero, Joaquín Bascuñana, y seis ex altos cargos de Valcárcel- por el intento de recalificar terrenos protegidos en el humedal para construir una urbanización de lujo.

Años antes ya había fracasado un intento del Gobierno socialista de Carlos Collado de poner orden en un caos que ya era evidente: la Ley de Protección y Armonización de Usos del Mar Menor de 1987 fue recurrida sin éxito en el Tribunal Constitucional por el exministro Federico Trillo y 55 diputados del PP, pero la norma fue anulada finalmente por el expresidente Ramón Luis Valcárcel mediante la ley regional del Suelo de 2001, en una operación legal que favoreció al sector de la construcción e indirectamente a la ya potente agroindustria.

También es necesario recordar que, estando declarado el Campo de Cartagena como Zona Vulnerable a la Contaminación por Nitratos, es una evidencia que nunca se controló el uso de estos abonos químicos por parte de los agricultores. Así ha quedado negro sobre blanco en la causa judicial que investiga la contaminación del humedal.

El Consejo de Gobierno aprobó por fin hace algo más de una semana el Plan de Gestión Integral del Mar Menor y la Franja Litoral, la normativa exigida por la Unión Europea que, en teoría, servirá para regular todas las actividades que pueden perjudicar a la laguna. Pero la sensación generalizada es que llega demasiado tarde.

Por parte de la Administración del Estado, tampoco ha habido demasiada diligencia. La Confederación Hidrográfica del Segura -con dos expresidentes y varios ex altos cargos imputados en el ‘caso Topillo’- no ha perseguido con eficacia la alteración de los cauces y, según la investigación judicial, miró hacia otro lado para no ver la infraestructura clandestina de pozos, tuberías y desalobradoras ilegales que han intoxicado el acuífero Cuaternario y el Mar Menor.

10. Cambio climático – El nivel del mar subirá 1,5 metros en el próximo siglo

Por el aumento global de las temperaturas, es previsible que el nivel del agua suba en torno a 1,5 metros en el Mar Menor en el próximo siglo, según un estudio de la Universidad de Salamanca, la Universidad de Alcalá de Henares y la Sección de Geología del Museo de Ciencias Naturales de Madrid. Asfixiado por el hormigón y sin la protección natural de los humedales de transición, la albufera murciana sufrirá especialmente los estragos de la crisis climática, que ya lo golpea con violencia con cada gota fría. La DANA del mes pasado puede haber sido solo un aviso.

Fuente: laverdad.es