Estos días hemos conocido la listeria. Una bacteria de la que no habíamos oído hablar tanto como otras más conocidas como la Salmonela o la E.coli. Y por suerte, porque, aunque es una bacteria que genera menos brotes de toxoinfecciones alimentarias, es verdad que es más mortal que las anteriores. Pero calma, cuando hablamos de mortalidad nos referimos a grupos de riesgo, que normalmente son las embarazadas, niños, ancianos o personas con el sistema inmune deprimido.

En este mar de noticias, cruces de acusaciones e hipótesis de cómo había podido aparecer esta bacteria en la (ahora) famosa carne mechada, ha salido a la palestra otro término que muchas veces oímos y que no siempre tenemos tan claro a pie de calle (sí en las cocinas de restauración colectiva como hospitales, residencias o comedores de empresas).

¿Qué es la contaminación cruzada?
Por resumirlo mucho, y para que quede claro a la gente que no está tan metida en el tema de la higiene alimentaria (los dietistas-nutricionistas no solo estudiamos en la carrera cómo hacer dietas o cuánto engorda tal o cual alimento, también vemos otras cosas como higiene alimentaria o microbiología de los alimentos), podemos decir que la contaminación cruzada es cuando hacemos una transferencia de bacterias patógenas; es decir, que pueden causar una enfermedad de un alimento a otro.

Normalmente, este cruce de bacterias entre alimentos suele ser de un alimento que está crudo a otro alimento crudo o cocinado y que, en ambos casos, vamos a consumir sin cocinarlo. Es decir, que nos comemos un alimento que viene bien cargadito de bacterias y, et voila, aparece la toxoinfección.

Este cruce puede haberse dado de manera directa, es decir, que un alimento ha tenido contacto con otro, o de manera indirecta, a través de algo que ha “llevado” la bacteria de un lugar a otro, incluso la ha esparcido por la cocina y, al final, a acabado en ese plato tan rico que nos vamos a comer. En el primer caso lo hemos repetido por activa y por pasiva: NUNCA hay que consentir en nuestra cocina que alimentos crudos y los ya cocinado entren en contacto. Y no me refiero que restreguemos una pechuga de pollo cruda por los tomates que luego nos vamos a comer en la ensalada o el gazpacho. También me refiero a los goteos que puede haber en el frigorífico.

Pero me voy a detener un poco más en el otro tipo, en la contaminación cruzada indirecta: en las cosas que tenemos en nuestra cocina y que son verdaderos resorts para las bacterias, y que tienen una alta frecuencia de “visita” de los alimentos que luego nos comemos. Y es que todos somos muy limpios hasta que se demuestra lo contrario. Por eso, te propongo un juego… ¿Cuántas veces limpias a la semana los siguientes lugares de tu cocina?

Los focos de contaminación más importantes de la cocina

1. Los paños de cocina.

Mira que nos gusta sentirnos Arguiñano: atárnoslos a la cintura e ir preparando nuestros mejores platos y recetas. Con diferentes motivos y estampados, la función para la que fueron diseñados es una y sólo una: secarse las manos. Ni limpiárselas, ni pasarlo por la encima, ni mucho menos recoger lo que se ha vertido de la sartén en la placa vitrocerámica. Pero seamos honestos: ¿quién no lo ha hecho en un ataque de pánico cuando hemos visto que lo hemos puesto todo perdido? No pasa nada. Ni te vas a morir, ni el paño se autodestruye. Eso sí, después de mancillar el uso para el que fueron diseñados, échalos directamente a la lavadora.

Una de las mejores maneras de evitar la contaminación cruzada es usar papel de cocina, pero también es verdad que no es la más ecológica. Pero es para pensárselo, porque según una investigación de la Universidad de Kansas de 2016, los paños de cocina y las bayetas húmedas son los focos donde más bacterias hay en la cocina. Tienen todo lo que necesitan éstas para crecer: comida (los restos de comida que quedan), agua y calor (basta con la temperatura ambiente).

De hecho, en esta misma investigación descubrieron que la salmonella era capaz de crecer en las bayetas durante la noche, incluso después de haber sido lavados y estrujados en el fregadero. Por eso, no está de más que tengamos varios y varias veces a la semana los echemos a la lavadora (sí, la bayeta también). Por descontado, los paños de cocina. Como mínimo, por la noche cambiarlos y cada día usar uno nuevo. Si me apuras, uno limpio a la hora de hacer la comida y otro limpio a la hora de hacer la cena. ¿Cuántos cumplimos esta regla?

2. El teléfono móvil y la Tablet

Estamos en la era de la tecnología y los recetarios escritos de puño y letra son cosa del pasado. ¿Hay algo más moderno que seguir las recetas con la tablet al lado? ¿No nos vende una famosa cadena de muebles de un país del norte de Europa un reposa-tablets para este uso? Y ni hablar de teléfono móvil: somos incapaces de renunciar a usarlo mientras cocinamos. Somos modernos, y WhatsApp es nuestra religión.

Pues ten una cosa clara: cualquier cosa que entre en contacto con carne cruda es susceptible de contaminarse. Por poner un ejemplo: si estas cocinado y, sin lavarte y secarte las manos (jabón de manos incluido) tocas el móvil o la tablet, acaba de ser contaminada. Y de ahí, el cielo es el límite. Toco la tablet, toco un tomate, toco la tablet de nuevo, toco un huevo, toco la tablet, toco el siguiente alimento que corresponda. Y así, hacemos el mayor circuito posible por nuestra cocina a la bacteria (que conozca mundo).

3. El grifo del fregadero, el frigorífico, el tirador del horno y el cubo de la basura

El cubo de la basura por descontado, pero a lo mejor no habías caído en el resto de lugares. Y el “modus operandi” es el mismo que el de la tablet. Mientras estamos manipulando los alimentos, vamos tocando diferentes lugares de la cocina, y ahí dejamos una pequeña muestra de bacterias que tienen todas las ganas de crecer y hacer su pequeña colonia.

Si lo piensas bien, hay sitios que se friegan más a menudo que otros, pero ¿cuántas veces a la semana hacemos una desinfección en profundidad de la cocina? Si es una, ya me daría con un canto en los dientes. Porque no estoy hablando de pasar la bayeta húmeda por la encima, hablo de desinfectar. Con su lejía incluida y frotando bien para quitar cualquier rastro de alimento. ¿Pereza? El atajo es fácil, antes de tocar nada: ¡lávate las manos!

4. Utensilios de cocina

Los expertos recomiendan que las pinzas que utilizamos para dar la vuelta a la carne en la parrilla se laven inmediatamente después si con ellas vamos a servir la comida, o utilicemos otras distintas. ¿Por qué? Mismo sistema que los anteriores: ha tocado algo crudo y luego va a tocar algo cocinado que, se supone, al pasar por el calor ha destruido las bacterias.

Pero vamos más allá… ¿sois de los que tenéis “el cuchillo para cocinar”? Ese cuchillo que suele ser el que mejor corta, pequeño, manejable, que te sirve para pelar, cortar, y si eres muy mañoso, para pinchar la carne en la sartén y darle la vuelta (y ni hablemos cuando lo metemos para ver si las patatas ya están cocidas, el centro de la hamburguesa ya está hecho, etc.). Los expertos recomiendan que haya un cuchillo para cada tipo de alimentos, y no uno sólo. Lo ideal serían dos, uno para lo crudo y otro para lo cocinado.

Como no vamos a tener toda una cubertería específicamente para cocinar, porque ni cabe en el cajón, ni vamos a hacerlo por la pereza de tener que lavar todo luego (o meterlo en el lavavajillas), lo mejor es ir lavándolo con jabón cada vez que cambiemos de alimentos. Y así, nos ahorramos un disgusto en casa.

5. Las manos

Siempre que hablo de esto me viene el mismo refrán que decía un amigo a la cabeza: “Eres más guarro que una mano”. Y tiene toda la razón. Puede que sea el lugar donde más bacterias hay, y el principal responsable de las contaminaciones cruzadas. Bien porque la bacteria vive en la mano, o bien porque estamos utilizando algo que está haciendo la contaminación (véase un cuchillo, una tabla de cortar —por cierto, todo lo que tengas de madera en la cocina ya puedes ir tirándolo, porque es un elemento degradable y otro lugar maravilloso para que las bacterias vivan—).

Al igual que con el cuchillo de cocinar, las manos también nos las deberíamos lavar antes y después de manipular alimentos y, sobre todo, cada vez que cambiamos de alimentos. Si no, somos nosotros los responsables de ir pasando la bacteria por todos los alimentos que estamos tocando. Y sí, con jabón.