La barbería de Enrique Gallego en La Ribera es un templo de la navaja. Y puedes esperar en el sillón donde le recortaban las patillas al Rey. «He afeitado a una mujer», revela el barbero.

Ni siquiera el Rey se dejó rasurar su numismático perfil en tan esmerado establecimiento. Eran otros tiempos. La antigua barbería Gallego se ha convertido en un templo del afeitado ‘old stile’ a navaja. Hoy puedes esperar turno sentado en el sillón donde el entonces príncipe Felipe asentaba sus posaderas para que el barbero Eduardo Gallego le permitiera dar ejemplo de perfección cuando se formaba para ser piloto oficial en la Academia General del Aire de La Ribera, situada tres calles más abajo de la barbería. Si eres cliente fiel, puedes tener incluso tu navaja en exclusiva, que Enrique Gallego, barbero de segunda generación, guarda numerada en un chibalete antiguo debidamente higienizada y afilada.

Aquí se cumple el ritual clásico de afilado a mano libre y toalla templada. «La navaja es mucho más segura y agrede menos la piel», afirma el barbero, que ha creado una atmósfera nostálgica de frascos de Floïd, bacías antiguas y relojes de arena. Libros sobre la solución a la calvicie descansan sus tapas sobre los relatos de ‘El hombre de la navaja barbera’, de Jaroslav Putik. Brochas de pelo natural, envases de plata y loza para afeites olorosos, esencias de sándalo y vetustos secadores de metal se acomodan junto a un violín. En los viejos sillones-recuperador reluce el dorado de los adornos. «Me dicen que tengo el síndrome de Diógenes. Busco en los rastros y anticuarios», cuenta Enrique.

En esta esquina de las calles Valcárcel y Muñoz, donde funcionó la antigua tienda La Avioneta -ahora en el paseo marítimo-, el artesano barbero ha perpetuado el legado de una tradición centenaria. Su padre abrió la primera barbería en 1960 y por sus manos han pasado promociones enteras de cadetes militares. «Solo hemos encontrado a otra familia que afeitara al estilo de mi padre, los Scapicchio, de cinco generaciones de barberos en Italia. Uno de ellos fue barbero de Al Capone», comparte Enrique los secretos de la Cosa Nostra y su alto nivel de exigencia con quien acariciaba el cuello del capo con una navaja. Sus conocimientos reunidos en Madrid, Barcelona, Italia y Holanda le han convertido en maestro barbero, que imparte cursos de técnica clásica. A pesar de que estudió Pedagogía, Enrique llevaba la tradición en la sangre. «Con tres años dejé a mi hermana rapada como un chico», confiesa en uno de sus sillones de terciopelo rojo para la espera de la clientela. Ahora cincela una docena de barbas al día en el negocio familiar, que ya incluye a tres generaciones: «Mi sobrina, mi hermana Elena y mi padre, que con 90 años tiene el pulso de un chico de 18 y hace demostraciones durante los cursos».

Dibujos

La moda indie ha venido a ver a este negocio renovado de La Ribera, adonde acuden barbudos de otras ciudades para lucir unas crines impecables. No todo es estilo ‘retro’. «Hay jóvenes que vienen a que les haga dibujos a navaja en la nuca o a un lado, tipo ‘tattoo hair’, aunque lo normal es el corte de pelo y el afeitado de toda la vida», explica Enrique.

Habituado a cumplir los deseos de la clientela, no se sorprende cuando un asiduo le pide un cambio radical de imagen. «Pasa más con las crisis personales. Aquí también cuentan sus historias», asiente. Su experiencia más insólita la tuvo con «una chica, que vino porque quería probar lo que se siente con un afeitado. Ella solo tenía pelusilla, pero le hice un afeitado con navaja japonesa Kamisori y afilado a mano libre», relata el barbero ribereño, quien volvió a dejarse sorprender por la clienta entusiasta: «Volvió meses después exclusivamente desde Madrid para otro afeitado».

Fuente: laverdad.es