Sopas verdes, anoxias y especies casi extintas: cómo vivir de la pesca en el Mar Menor
“Se trabaja de lunes a lunes, ocho horas subido en la barca y otras cuatro cuando llegas a tierra para arreglar las redes, para sacar un jornalillo de 1.500 o 1.000 euros, que a veces son 500 y otras, nada”, cuenta un pescador de la pedanía murciana de Lo Pagán.
Son las 10.30 de la mañana y las gradas que dan asiento a los compradores que se suelen acercar a la lonja de la pedanía murciana de Lo Pagán a pujar por el pescado del Mar Menor están ocupadas por un grupo de estudiantes Erasmus que atienden a las explicaciones sobre el funcionamiento del nuevo sistema de subasta, informatizado hace poco. “Hasta hace nada se hacía a viva voz”, interpela a los muchachos Pedro, un empleado de la lonja. Es miércoles y los pescadores no han salido a faenar. El lunes se sumaron a las protestas del sector por el alza del precio de los combustibles, aunque ya se ha alcanzado un preacuerdo que esperan que se ratifique el próximo martes en el Consejo de Ministros. “Llevamos más días sin salir a faenar, por el temporal, y no está previsto que podamos subirnos al barco hasta entrada la semana que viene”, se queja Santiago Jiménez, pescador del Mar Menor, mientras repara redes en su cochera.
En la lonja, José Blaya, patrón mayor de la Cofradía del municipio ribereño de San Pedro del Pinatar, se lamenta de las pérdidas. “Cada jornada sin salir a pescar nos penaliza mucho, aquí hay 10 personas trabajando y está todo paralizado; al día –continúa– estamos facturando entre todos los pescadores unos 25.000 euros”. Son fechas “flojas”. En las últimas semanas se han recogido 25 toneladas de anguila, “que es lo que más se pesca en invierno en el Mar Menor; cuando entra la calor ya se empieza con la lubina, la dorada o el langostino”. De abril a noviembre es cuando se hace la mayor captura. El langostino va de mayo a julio, y de septiembre a noviembre. “Pero el pasado otoño prácticamente no hubo, hasta hace cuatro o cinco años sacábamos grandes cantidades, y la campaña se tuvo se paralizar en parte por la última anoxia de agosto, que sí que nos afectó y ya veremos qué pasa de cara a los próximos meses de verano; pero ya se está viendo que hay poca pesca y que la situación no va a ser muy agradable”.
“En dos años –el tiempo que lleva de patrón mayor José– se nos ha juntado todo, la gota fría, las anoxias, el COVID, el alza de precios de carburantes, la huelga de los transportes”, enumera Blaya. Desde el último episodio de mortandad de peces en el Mar Menor las capturas de pescado descendieron un 40 por ciento, una cifra que es todavía más elevada según la época del año o la especie.
“Llevan dos años malos por las anoxias, y peor que se va a poner la situación”, pronostica el expatrón mayor de la Cofradía, Jesús Gómez. “Además, hay algunas especies al borde la extinción como el chirrete, que no desaparecen del todo por la comunicación con el Mediterráneo pero la mayoría están muy mal, tanto en producción como en capturas”. Las cifras son poco halagüeñas para las 70 embarcaciones que salen a faenar a la laguna salada y de cuya pesca viven 220 familias.
La de Santiago es una de ellas. “Aquí en el pueblo solo quedamos dos pescadores jóvenes, a la mayoría ha dejado de interesarle el oficio, es duro, se trabaja de lunes a lunes, ocho horas subido en la barca y otras cuatro cuando llegas a tierra para arreglar las redes”, explica sin parar de remendar los interminables hilos que asoman por todas partes. A sus dos hijos, dice, se los tiene que llevar algunas tardes a la cochera “a pasar el rato porque si no, no les veo”. El oficio tampoco da para mucho. “Cuando va bien te sacas un jornalillo de 1.500 o 1.000 euros, otras veces 500 y otras veces nada; se va a la parte y cuando termina el mes se calculan los gastos y se reparten los beneficios”. Cada vez tienen más dificultades para encontrar marineros y pescadores dispuestos a unirse a las expediciones, “la mayoría son de países de África Subsahariana como Senegal”.
La pesca en el Mar Menor es tradicional, el arte de paranza, se usan unas almadrabas pequeñas donde se pesca todo tipo de especies. “Y es un oficio que ha ido pasando hasta ahora de padres a hijos, la mayoría de las familias son de Los Nietos, Lo Pagán, Los Urrutias, San Pedro, Los Belones… el negocio viene de generaciones; yo soy la quinta”, relata José Blaya, que dice que el orgullo de su flota es el ‘Nuevo Miní’, que lleva el apodo de su padre. Con esa embarcación puede salir al Mediterráneo los meses flojos en el Mar Menor. “San Pedro del Pinatar es el único municipio con dos lonjas, una para el Mar Menor y otra para el Mar Mayor”.
La lonja, parada desde hace días, se abre a las ocho de la mañana y se cierra a las dos del mediodía. A partir de las 10.30 empiezan a descargar los barcos la mercancía. El 60 por ciento de la venta de la lonja de Lo Pagán es de dorada. El 50 por ciento de todas las capturas se manda a la zona de Valencia o Barcelona y el resto se queda en la Región, “las especies típicas de aquí”.
De toneladas, a pescar pocos kilos
“Se ha pasado en poco tiempo de toneladas a pescar kilos, y pocos”, explica Julio Mas, ex director del Centro Oceanográfico de Murcia y miembro de Pacto por el Mar Menor. “A los pescadores, mientras les ha ido bien, decían que la laguna no tenía ningún problema y todo estaba estupendamente, pero ahora empiezan a quejarse porque las condiciones del medio cada día son peores”, valora. Aunque es cierto, como apuntan todos los pescadores del Mar Menor, que la población de doradas ha sido muy abundante en los últimos años, “es una especie que no llega a crecer mucho en estas aguas y ha llegado a tener un precio muy bajo”. En cambio el langostino del Mar Menor, que sí que alcanza un valor de mercado elevado, escasea. “No hay más que ir a una subasta y comprobarlo; se están juntando una serie de circunstancias que pueden llevar a que la pesquería sufra las consecuencias del deterioro del ecosistema”.
En cuanto prolifera la ‘sopa verde’ –da cuenta Santiago en la cochera– el mar se queda sin oxígeno y afecta mucho a las especies. La mayor parte de los problemas vienen por los nitratos que llegan al Mar Menor, reflexiona el pescador, para quien “ya se ve que hay menos género que el año pasado, aunque especies como la dorada, el magre o la lubina nos están salvando; algunas como el caballito están desapareciendo y otras se han se han multiplicado por 10”. Esas, dice, son las que están pescando “y por eso podemos llorar por un solo ojo; pero si sigue así la situación en cinco años no quedan peces”.
“Ha habido gran cantidad de lubina porque el año pasado en enero el temporal rompió las balsas de las piscifactorías y entraron a millones por los canales”, revela el expatrón Jesús Gómez. “Las condiciones actuales del Mar Menor, con los cambios por los nitratos, son favorables para su reproducción y por eso ha habido mucha pesca de lubina, que además al alcanzar la edad adulta no se puede distinguir si es salvaje o criada en piscifactoría”. Sin las lubinas, “la temporada habría ido mucho peor”.
El pescado “no está contaminado”
Pedro, tras más de seis décadas faenando, ya se ha retirado y ayuda con el arte de las redes a Santiago y otros compañeros. Reconoce el desequilibrio en el ecosistema pero insiste una y otra vez en que “el pescado del Mar Menor es exquisito y no está contaminado”. El patrón mayor, José Blaya, coincide con él y añade que “toda la publicidad que se da negativa de la laguna, afecta a los pescadores”. El “problema”, continúa Pedro, es la vegetación. “Parece un bosque, y bajo esa vegetación hay fango y gases tóxicos, además de las especies invasoras como el cangrejo americano que se come a los caballitos, al langostino y a los berberechos”.
Los pescadores están preocupados porque han tenido una “crisis reputacional” que hace que “a veces sea difícil vender su producto porque se asocia con la contaminación y se crea resistencia; aunque no tiene por qué haber un vínculo directo entre el desequilibrio que existe con que el pescado no sea apto para el consumo”, cuenta Pedro Luengo, portavoz de Ecologistas en Acción. Cuando hay un desequilibrio, hay especies que decrecen y otras que son oportunistas y se ven beneficiadas; pero lo que sí es cierto “es que hemos perdido capacidad en algunas especies que son de consumo, hay menos variedad y es algo que tampoco se quiere nombrar mucho”. En su opinión, sería “importante” que el Gobierno regional “favoreciese la pesca sostenible y limitar de alguna manera las capturas, sobre todo en un ecosistema cerrado como el Mar Menor”.
Las lluvias de los últimos días hacen recordar las anoxias pasadas. “Cada vez que cae más agua de la que estamos acostumbrados a ver, ya nos asustamos; pero hasta los meses de calor no sabremos si vuelve a repetirse un episodio de mortandad de peces”. Habla otro pescador que se suma a Santiago y Pedro. “En la última anoxia estuve limpiando la zona y daba mucha lástima, encontré un pulpo pequeño subido encima de una boya, imagina cómo estaría el pobre animal; se veían salir las burbujas de los gases debajo de la tierra”. Ellos fueron los primeros en detectar que algo no iba bien. “Lo vimos venir dos semanas antes de que pasara, estábamos pescando y notamos que la zona sur del Mar Menor estaba llena de pescado y muy turbia; esperamos no tener que volver a sufrir una situación como aquellas, ahora el agua está todavía a 14 grados, el problema puede venir cuando suban las temperaturas”. Hasta entonces, han depositado sus esperanzas en el fin del temporal, la llegada del buen tiempo y el arranque de la nueva campaña de primavera.
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Fuente: eldiario.es