En las últimas semanas, estamos viendo cómo las aguas del Mar Menor se están tornando de nuevo turbias y verdosas y sus indicadores vitales se han vuelto sombríos.

En septiembre de 2018, la Plataforma Pacto por el Mar Menor publicó en diversos medios una nota de prensa en la que advertía de la necesidad de no cejar en el empeño, después de un verano en el que pudimos volver a disfrutar de la transparencia del Mar Menor, como hacía años que no veíamos.

Deseamos que aquello no fuera un espejismo y pensamos que el ecosistema nos había dado una nueva lección de resistencia. Sin embargo, en las últimas semanas, estamos viendo cómo las aguas del Mar Menor se están tornando de nuevo turbias y verdosas y sus indicadores vitales se han vuelto sombríos.

Recordemos que fue en 2016 cuando la laguna vivió su momento más crítico, se convirtió en una sopa verde, a causa de un proceso de eutrofización, por exceso de nutrientes, que enturbió sus aguas y provocó la desaparición de la mayor parte de la pradera marina.

En el verano de 2017 las aguas presentaron mejor aspecto que el año anterior. Pero, en el mes de agosto, con el aumento de temperatura, se volvieron verdes otra vez.

En 2018 el Mar Menor mejoró espectacularmente y algunos, al bañarnos en esas aguas tan claras, revivimos sensaciones de veranos lejanos, cuando éramos niños.

Y las agresiones han continuado.

Sigue habiendo vertidos de todo tipo, muchos de ellos con nocturnidad y alevosía, agazapados en la vegetación de la rambla de El Albujón, camuflados en la oscuridad de los alcantarillados de Los Alcázares, discurriendo por canales recónditos cercanos a la EDAR de este municipio o del aeropuerto de San Javier, por tuberías escondidas en las arenas que bordean el Club Náutico de La Ribera y también el Club de Militares.
Algunos científicos ya han indicado que el empeoramiento de estas últimas semanas se debe a nuevos vertidos.

Por otra parte, las «medidas urgentes para garantizar la sostenibilidad ambiental en el entorno del Mar Menor» apenas se han aplicado. La norma nació en abril de 2017, se transformó en Ley en febrero de 2018 y no entró en vigor hasta febrero de 2019. Así que, pese a la ‘urgencia’, han pasado dos años, durante los cuales las explotaciones agrarias no han tenido obligación de colocar barreras vegetales que detengan las escorrentías cargadas de abonos ni de cambiar la disposición de los caballones de cultivo para que no se dirijan hacia el mar, entre otros deberes.

Lo cierto es que la única medida realmente efectiva para la mejora del Mar Menor fue detener el enorme vertido de salmueras y nitratos (hasta quinientos litros por segundo) que se arrojaban por la rambla de El Albujón. Lo hizo la Confederación Hidrográfica del Segura, a partir del verano de 2016, después de un requerimiento de la consejería de Agricultura (sí, un requerimiento formal entre Administraciones que en ese momento tenían el mismo color político). A su vez, esta consejería actuó movida, no por su afán de proteger el Mar Menor (si fuera por eso, habría controlado, por ejemplo, el uso de nitratos en los campos, algo que apenas hizo durante décadas), sino por las investigaciones abiertas por la Fiscalía Superior de Murcia, acusando a algunos agricultores y responsables políticos de la contaminación del Mar Menor por la actividad de desalobradoras ilegales cuyos vertidos llegaban a la rambla de El Albujón.

La Confederación, no obstante el mérito de haber sellado los referidos vertidos, tiene aún una gran asignatura pendiente: acabar con los regadíos ilegales. Porque estos siguen creciendo, entre la falta de control y la inseguridad jurídica, escudados en ciertas normas que crean confusión para delimitar lo regable y lo no regable.

Los Ayuntamientos, por su parte, prefieren guardar silencio o no decir la verdad sobre el estado del Mar Menor, para no espantar al turista, mientras siguen extrayendo arena de las orillas y usando tractores para ‘arreglar’ las playas, con prácticas que los científicos han desaconsejado porque perjudican la recuperación de la laguna. Y las banderas azules siguen desaparecidas, banderas que, por otra parte, también están en entredicho, por la escasa valía de este distintivo como indicador de respeto al Medio Ambiente. Así lo demuestra el hecho de que las playas las lucieran incluso en el nefasto verano de 2016.

Y es que, en el drama del Mar Menor, abundan la mendacidad, los engaños, las ocultas razones y las oscuras intenciones. Y así es como vamos hurtando a las futuras generaciones la posibilidad de disfrutar del Mar Menor que disfrutamos nosotros en los veranos de un pasado ya lejano.

Fuente: laopiniondemurcia.es