l diez de diciembre celebramos la festividad de Nuestra Señora de Loreto, patrona de la aviación. Así la declaró el Papa Benedicto XV, por decreto del 24 de marzo de 1920. La denominación se debe a una tradición transmitida desde el siglo XIII y fijada por escrito a partir de la segunda mitad del siglo XV. Según cuenta la historia, en el año 1291 los cruzados tuvieron que abandonar Tierra Santa, llevándose la imagen de la Virgen de la casa en la que vivió, transportándola mediante un misterio angélico desde Nazaret hasta Dalmacia y desde allí, en la noche del 10 de diciembre de 1294, al monte de Laureles en el territorio italiano de Recanati.

El 11 de septiembre de 1972, sesenta y cinco jóvenes nos conocimos en la puerta de un aeródromo militar que había sido una antigua base de hidroaviones. El lugar que nos albergó durante poco más de un año ocupaba el flanco sur de Los Alcázares, un pueblo que en aquellas fechas tenía calles de tierra y casitas de una planta, casi todas de color azul marino y blanco. La pista de amerizaje ocupaba gran parte de las aguas del Mar Menor, donde los hidros accedían a la zona de hangares por unas rampas situadas a la orilla de unas aguas turbias y muy salinas. El destacamento de Los Alcázares, denominación posterior al uso como base aérea, disponía de dos edificios separados por la plaza de armas y una pequeña capilla donde moraba Nuestra Señora de Loreto.

El diez de diciembre de 1972 juramos bandera como alumnos de la 25 Promoción de Pilotos de Complemento. Comenzaba una vida profesional en ese día memorable de la celebración de Loreto, nombre cariñoso y coloquial con el que todos los aviadores nos referimos a nuestra patrona. Esa fecha está siempre en la memoria, evocando todas las fases del periodo de formación como aviador militar, que luego se convertiría en una profesión de altos vuelos.

En enero de 1974 los aspirantes a piloto habíamos superado la primera fase de formación militar y aeronáutica, trasladándonos a Salamanca para realizar el curso de vuelo instrumental. La imagen de una máquina preciosa -el Douglas DC-3- y la ilusión por pilotarlo, mitigaban el frío que se metía hasta los huesos después de aquellas noches de invierno salmantino en la base aérea de Matacán. Y allí también estaba Loreto, vigilando nuestras evoluciones por los cielos de León, Ávila y Valladolid. Unos paseos en los que las enseñanzas de los instructores de vuelo se unían a la belleza de las tierras de Castilla la Vieja, desde la nieve de la Sierra de Béjar hasta el discurrir del río Tormes a su paso por Salamanca.

Aquellos jóvenes que hace poco más de cuarenta y ocho años nos encontramos en Los Alcázares hemos pasado media vida disfrutando de la bonita profesión de aviadores, unos en el Ejército del Aire y otros como pilotos de líneas aéreas. Lamentablemente algunos ya no se encuentran entre nosotros. Seguro que desde allá donde estén, unirán sus voces con las nuestras para pedirle a la patrona que nos guíe por aerovías tranquilas hasta despegar en el último trayecto, acompañados por el sonido de un nombre de altos vuelos: ¡Viva la Virgen de Loreto!

Fuente:eldia.es – Manuel Luis Ramos García