La crisis medioambiental del Mar Menor dispara las cancelaciones en los hoteles y vacía restaurantes

Los hosteleros cifran las pérdidas económicas de la última semana en torno al 50% y temen su impacto en el futuro. «Primero vinieron la DANA y las inundaciones. Luego, otra DANA. Después, la pandemia. Y ahora, esto. ¡No levantamos cabeza!». Manuel Alonso, propietario del hotel El Secreto del Agua, en Mar de Cristal, resume en unos pocos segundos la extensa cronología de capones que los vecinos y muchos negocios del Mar Menor llevan recibiendo desde hace ya varios años. Esta playa vuelve a lucir bandera verde y abre a los bañistas por segundo día consecutivo tras el episodio de peces muertos. Pero los bañistas siguen sin aparecer y el poco barullo se concentra en la terraza del Café Arena, en el paseo marítimo, poco después de las once de la mañana. Los camareros sirven tostadas, zumos de naranja y alguna que otra cerveza a buen ritmo. Señal de recuperación tras más de una semana con la playa cerrada y una caída de la facturación «cercana al 40%», cifra el gerente del establecimiento, Dipa Gill.

Casi todas las mesas del local están llenas a esta hora de la mañana, pero el optimismo no tarda mucho en volver a diluirse sobre un caldo caliente de tozuda realidad. «Este verano parecía que remontaba el hotel, que es pequeño y tiene 18 habitaciones. Pero ya me han llegado 17 cancelaciones, todas ellas de clientes nacionales», señala Alonso. Solo un ejemplo de lo que ocurre en otros establecimientos de la zona, que echarán de menos a los mismos españoles que venían a compensar el temido bajón en las cifras de visitantes británicos derivado de las restricciones impuestas por la Covid. «Ni ingleses, ni españoles», zanja.

Una plantilla en el alambre

Este empresario, que dejó todos sus negocios en Madrid en 1995 para establecerse en el Mar Menor, confiesa que ya se plantea «cerrar» el hotel, porque «la situación no se puede aguantar» con «46 empleados, la luz cada vez más cara, los recibos del agua y del IBI…», enumera. «Estábamos superando la cornada de 2020 por la Covid y ahora nos llega este golpe, que es muy gordo. Aunque es un golpe del que estábamos avisados. Tardaremos varios años en recuperarnos», advierte. Lo que es «increíble», a su juicio, es que su negocio «haya tenido once inspecciones de Trabajo y dos de Aduanas este año. Que necesite licencia sanitaria y permisos para las terrazas. Cualquier cosa que hago mal, me sancionan. Pero aquí al lado hay regadíos ilegales, que utilizan agua que no pagan y que contaminan. Y no pasa nada. Eso te encabrona».

A pocos metros, Alex Santos atiende a los proveedores en su restaurante El Silencio Lounge, a cuya caja registradora también le ha pegado un buen mordisco la última crisis ambiental en el Mar Menor. Lamenta, como Manuel Alonso, que «no es la primera vez» que la zona sufre un varapalo de este calibre. «Después, se olvida. Y, al poco tiempo, vuelve a suceder». Este antiguo trabajador de cruceros de lujo compara la situación de la laguna salada con una «enfermedad crónica que siempre vuelve para hacerte daño», y cree que «la gente todavía viene buscando el paraíso» que es –o era– el Mar Menor. «Es la mejor vista del mundo; yo no he visto nunca nada igual», recalca este hostelero brasileño. Lo único que falta es «estar mejor explotado y mucho más cuidado».

Tampoco pinta mejor la cosa en el chiringuito Patapalo, en la playa de Los Alemanes, que pasada la una de la tarde solo tiene una mesa ocupada. Recordamos que esta playa también está abierta, pero la arena sigue vacía y «la peste a podrido sigue siendo insoportable», protestan Andrea Ramírez y sus compañeros de faena. Esta plantilla, sin ir más lejos, se ha visto reducida a la mitad estos días como consecuencia del bajón de clientes. «Las noches hacemos algo más, pero en las comidas seguimos vacíos. La caja ha caído más del 50%. Nadie quiere comer en un sitio donde huele a cloaca», ilustra Andrea. Septiembre también pende de un hilo para este negocio. Eso sí, el local invitará a cerveza este sábado mientras dure la cadena humana que se ha organizado en señal de protesta por el estado de la laguna, a partir de las 13 horas. Que no se diga.

En Cabo de Palos hay más ambiente. Es la otra cara de la moneda. La mayoría de las mesas del paseo marítimo están reservadas para comidas y cenas y hay un trasiego habitual de turistas y coches en busca del aparcamiento imposible. En el restaurante El Pez Rojo, por ejemplo, este verano están pegando «el pelotazo». No son los únicos. «Estamos trabajando muy bien. Pero tememos la repercusión que pueda tener en un futuro la imagen del Mar Menor para toda la zona y para toda la Región», subraya por su parte el gerente del restaurante Bocana de Palos, Rubén Dávalos. Es la misma preocupación que expresa el presidente de la Asociación de Cafés, Bares y Afines de la Región (Acbarm), José María Rubiales, y todos los hosteleros preguntados por LA VERDAD: «Esto puede generar un impacto muy negativo para el turismo regional en los próximos años».

De vuelta al Mar Menor, la comitiva que acompaña a la ministra de Derechos Sociales, Ione Belarra, toma la arena semidesierta de Playa Paraíso. Algún bañista pide a Belarra, de lejos, que se meta en el agua. A lo Fraga en Palomares. Estas orillas reciben últimamente a más peces muertos y políticos de diferente signo que a turistas, que huyen de un agua marrón verdosa que no invita a nada. «¡Sinvergüenzas!», espeta un vecino con el pan bajo el brazo. «Oiga, por favor, que es la ministra», le recriminan. «¡Como si es Juan Pablo II!».

Fuente: laverdad.es