Bar Loba

El fin de semana pasado, me dediqué a una de mis actividades favoritas: ver a mis amigos y estar con ellos. Esos amigos que, en ocasiones he comentado, que mantenemos la relación desde la adolescencia e incluso desde la niñez.

Uno de esos amigos, en este caso, amigo desde la más tierna infancia, ha fijado su residencia recientemente en Blanca, un pequeño pueblo de norte de la Región, en la Vega Alta del Río Segura y encuadrado en el centro del “Valle de Ricote”

Tenía ganas de visitarlo, de pasar un día con él, pues consideraba que ya había pasado mucho tiempo sin estar juntos; así que aprovechando un grupo de WhatsApp, que mantenemos abierto y muy activo, lancé un órdago a los demás, órdago que sabía que más de uno iba a recoger y así fue, tres tenían libre y pudieron aceptado la llamada a de la amistad.

Así, cuatro personas iniciamos la excursión hasta Blanca. Habíamos quedado en el “Bar Loba”, a la sazón, propiedad de la nueva compañera de nuestro amigo y razón fundamental por la que éste ha fijado su residencia en aquel pueblo.

La excursión fue de lo más satisfactorio, muy emocionante y especialmente gratificante. En primer lugar por ese reencuentro de amigos, que tras meses si verse se pueden volver a abrazar en un abrazo sentido y sincero. Además, nuestro amigo nos enseño los bellísimos rincones que esconde la villa. Paisajes fluviales idílicos, lugares con encanto en torno al río Segura y vistas panorámicas de ensueño; y por probar la exquisita gastronomía el “Bar Loba”, un bar sin pretensiones, típico de un pueblecito como en el que estábamos, pero de un sabor y una solera que se respira por los cuatro costados y allí, entre tapas de pulpo asado a la murciana, calamares rebozados, carrillera en salsa, croquetas caseras o rabo y oreja de cerdo fritas, dimos rienda suelta a nuestro sentido del paladar y disfrutamos del trato casi familiar que nos dispensó el personal del servicio.

Pero la autentica emoción del viaje vino sobre todo por dos motivos: el primero fue comprobar el grado de integración que nuestro amigo ha alcanzado en la localidad en tan poco tiempo de estancia. Se ve saludado por casi todos los vecinos, respetado y su presencia en sus calles le supone sentirse como uno más. Reconozco que mi amigo es una persona de simpatía arrolladora, y su altura y corpulencia le hacen no pasar desapercibido, pero ese fenómeno de integración, lo ha conseguido sobre todo por el carácter y la propia idiosincrasia del pueblo, de gentes amables y afables y por el cariño que le tienen a Olga, su vecina, propietaria del “Bar Loba” y desde hace un mes y medio, novia de mi amigo.

Esta circunstancia me hizo pensar. Pensar es algo que suelo hacer, como mucho, dos o tres veces al año y que casi siempre me trae problemas, pero lo he hecho. He imaginado una utopía: ¿Qué pasaría si todos nos mostrásemos tan integradores como los vecinos de Blanca con los que viene de fuera? Y además ¿Si los emigrantes se comportasen con simpatía, buena conducta y empatía con la tierra que los acoge? Tal vez desaparecería el odio y el rechazo al que viene de fuera, tal vez crecería el respeto entre unos y otros, respeto a lo vecinos, a las costumbres y a la cultura, tanto de los emigrantes como de los vecinos de acogida. Pero me he dado cuenta que es sólo una utopía y que difícilmente lo vamos a poder comprobar.

Otra de las cosas que subió la emoción de nuestro viaje fue el poder comprobar de primera mano la felicidad de nuestro amigo en su relación con su nueva pareja. Son felices los dos. Olga es una mujer trabajadora, que haciendo honor a su apellido, defiende como una loba el negocio del bar que regenta desde hace más de treinta años. Es una mujer de Blanca, lo que es suficiente para describir su carácter, amable, integrada, comprometida y dispuesta a darlo todo por su relación. Nuestro amigo es un hombre cariñoso y abierto, dispuesto a entregarse en su totalidad a la mujer que ama.

Y otra vez me puse a pensar. Van dos veces en este año, estoy agotando el cupo.

Viendo la edad de ambos, muy cercana entre sí, con apenas cinco años de diferencia, me vinieron a la cabeza esas parejas de nuevo cuño entre un miembro joven, y otro maduro, tirando a viejo; vamos de esa edad que yo mismo he alcanzado. Parejas dispares que en su mayoría están abocadas al fracaso y que, salvo honrosas excepciones, que en todos sitios hay, sólo suponen un capricho para el más madurito y para el joven es poco más allá de un monedero. Parejas que por la diferencia de edad, ya indican que en ellas no hay amor si no un juego interesado, con pocas cosas en común en cuanto a gustos, preferencias, prioridades y esperanzas.

Nuestro amigo no. Se les ve enamorados, ambos han tenido sus historias, ambos viajan con una mochila de recuerdos a la espalda y sin embargo se quieren, se respetan y luchan cada día por hacer feliz al otro, sabiendo lo que quieren y sobre todo sabiendo que se quieren. Han encontrado una persona de su generación, con gustos similares, costumbres compatibles y los mismos anhelos hacia la vida.

Reconozco que esta experiencia me dejó muy satisfecho y muy emocionado y solamente me queda, agradecer a Blanca, al Bar Loba y, sobre todo, ha Olga la felicidad de este amigo, que siempre le ha ido esquiva y de la que ahora disfruta. Amigo que nos mantenemos desde los cuatro añitos de edad.

Antonio F. Samper

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