Esfuerzo y amor propio

Dentro de mí, más que escaso patrimonio, con lo único que cuento son mis amigos. Amigos que conservo y cuido desde la niñez y la juventud y me siento feliz de tenerlos.

Ayer me llegaron noticias de un buen compañero desde el instituto que recientemente ha alcanzado la cima en la carrera militar, por la que dirigió sus pasos con un ascenso a General de Brigada.

Pedro, ha sido una persona simpática, cercana y dinámica, mantiene, aún hoy, su sonrisa afable, pero que duda cabe que ha sido un luchador. En su juventud, el esfuerzo fue suyo. Consiguió ingresar en la Academia General del Aire donde empezó la singladura que le ha llevado hasta el generalato, contaría con todo el apoyo de su familia, pero como en un pelotón ciclista, el equipo puede arropar y proteger a su líder, pero el que le da a sus pedales es el líder y Pedro, como tantos otros, luchó solo.

Ese camino no debe ser fácil, el ejército no suele perdonar fallos, por lo que a un trabajo impecable en los empleos de oficial que ha ocupado, ha ido ganando ascensos a base de sacrificio, esfuerzo, estudios y amor propio.

Son innumerables los cursos y estudios que ha tenido que realizar para alcanzar el empleo de General con cincuenta y siete años, desde cursos de estado mayor a estudios universitarios, hasta conseguir que la cúpula militar se fije en él y la señora Ministro de defensa lo proponga para el cargo. A base de pundonor, esfuerzo y amor propio ha alcanzado la cima.

El ejemplo de Pedro me hace pensar en la necesidad del esfuerzo y del sacrificio para alcanzar las metas de la vida, sobreponiéndote a fracasos y decepciones que esa misma vida te ofrece de forma gratuita. Ese esfuerzo que nos hemos encargado de eliminar de la vida de nuestros hijos.

Parece que la juventud actual no debe perder sus sueños porque fracasen en los estudios o en sus objetivos y hay que dejarlos pasar de curso aunque hayan suspendido asignaturas, para evitar frustraciones. Cuando, tanto mi amigo Pedro como yo estudiábamos, un suspenso implicaba la necesidad de recuperarlo, con un doble esfuerzo, o suponía el quedarte atrasado un curso. Eso parece que hoy, para nuestros jóvenes es imposible, no queremos jóvenes frustrados, sino felices y cumpliendo sus sueños. No me gustaría caer en manos de un médico que su sueño sea ejercer la medicina pero no tiene la preparación, ni subir a un avión pilotado por un soñador que no aprobó los cursos, o que pasó con dos suspensas.

Quiero pensar que la universidad los pondrá en su sitio, como nos puso a nosotros. Más allá de tener todos los caprichos por cuenta de papá y de pasar los cursos sin el totalidad de las asignaturas aprobadas, camino de realizar sus sueños de ser médico, piloto, abogado o la profesión que elijan, la preparación universitaria les proporcionará los reveses que sus padres han evitado durante la juventud.

La hiperprotección que brindamos a nuestros hijos, esa atención obsesiva a su bienestar por encima de la lógica, ese hacerlos creer que no son responsables de nada, que de sus fracasos académicos tienen la culpa los profesores, esa política del éxito, aunque sea ficticio, con el mínimo esfuerzo, nos conduce a la construcción de una generación, inculta, poco preparada y nada productiva, como estamos comprobando. En un país con más de tres millones de parados, las empresas necesitan, y no encuentran, a quince mil trabajadores cualificados para completar sus plantillas. Que entre tres millones no haya quince mil personas cualificadas no es un síntoma, es una consecuencia, la primera de las muchas que tendremos que vivir.

Por eso desde estas páginas felicito a mi amigo Pedro por su éxito, felicitación que hago extensiva a todos los de una generación que luchan por sus sueños hasta conseguirlos, con tenacidad, amor propio y esfuerzo no exento de sacrificios y de renuncias.

Antonio F. Samper

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