Tolerancia
Nos encontramos viviendo un fenómeno de aperturismo social y de tolerancia con cualquier colectivo. Las autoridades nos exigen, como nunca antes la tolerancia, entre personas de cualquier condición sexual, religiosa, étnica o social; casi nos obligan a repudiar y abominar del machismo, en aras a un feminismo que en gran medida está abriendo la brecha de desigualdad, en tanto el sexo masculino se ve cada vez más proscrito y en permanente sospecha; donde las religiones hasta ahora minoritarias están siendo mejor tratadas que el catolicismo, históricamente mayoritaria, sin reparar que es la única religión que ha puesto a la mujer en igualdad de condiciones, elevando a una mujer como madre de Dios, considerando pecaminoso el repudio de la mujer por su marido y impidiendo el adulterio y proscribiendo el maltrato a la mujer. Se ha conseguido una sociedad donde las administraciones públicas, en las convocatorias para contratación de personal, reservan plazas específicas para determinados colectivos, especialmente del entorno LGTBI, sin tener en cuenta la capacitación que demuestran los postulantes.
Todo eso está muy bien, nos merecemos una sociedad integradora y tolerante, pero mi generación ya lo éramos, aunque tal vez, no lo sabíamos, porque no teníamos a las autoridades exigiéndolo y recordándolo cada día, con leyes, algunas veces – la mayoría, – demenciales.
Mi generación creció vibrando frente al televisor con las canastas de Kareem Abdul-Jabbar, con sus vuelos majestuosos hacia el aro contrario y sus canastas casi imposibles, sin importar en ningún momento su credo religioso. Seguimos maravillados las evoluciones de Zinedine Zidane con sus pases medidos y su elegancia en el campo de futbol y aún hoy nos maravillamos ante los goles de Karim Benzema.
A nadie le importó la condición sexual de Elton John, de George Michael, de Freddy Mercury, solo escuchábamos su música, nos gustaba y no nos preocupaba nada más.
Somos también la generación que escuchábamos a Led Zeppelin, Deep Purple, Eagles o Beach Boys, sin preocuparnos en escudriñar las letras de las canciones para ver si se ajustaban a un parámetro de tolerancia o eran machistas o xenófobas. Sencillamente eran buenos y hacía buena música fuera cual fuera su condición.
No polemizábamos si Julio Iglesias o Bertín Osborne eran unos machistas seductores y misóginos o si Raphael era o no homosexual.
¿Quién de mi generación no ha vibrado con los éxitos de Arantxa Sánchez Vicario o de Conchita Martínez, sin importar ni discriminarlas por el hecho de ser mujeres?
Ciertamente aquella polémica fuera de su música, de su arte o de sus capacidades físicas, nos traía al pairo.
Nuestra relación con se sexo femenino, era cordial, de respeto y de una suerte de seducción con buen gusto, aprendimos a colaborar en las tareas domésticas, sin traumas ni reparos. Fuimos la generación que incorporó a mujeres en puestos de trabajo históricamente reservada a hombres, como chofer de autobús, mineros, bomberos, cuerpos y fuerzas de seguridad, el Ejército, incluidos la aviación de combate y las fuerzas especiales, llegando a alcanzar, algunas de ellas (aún pocas, es cierto, pero no por discriminación, únicamente por el tiempo de los ascensos), al grado de General.
Fuimos la generación en la que las mujeres han superado a los hombres en la mayoría de carreras universitarias, donde la judicatura está mayoritariamente en manos de mujeres y salvo honrosas excepciones a nadie la ha importado ser juzgado por una de ellas.
Fuimos y somos tolerantes y sin necesidad de tener una suerte de Gestapo que controlase nuestra reacciones, nuestros gestos y midiese nuestra tolerancia en la forma de hablar con lenguaje inclusivo o con las reglas del, machista y falócrata, idioma castellano.
Comíamos helados con forma de polo o de cono y a nadie se le ocurría pensar que eran signos inequívocos de la supremacía machista por su forma, que ahora hay quien quiere verla, similar a un pene.
Todo lo anterior, dejando a salvo las necesarias excepciones, fue nuestra forma de vida, sin importarnos la sexualidad, la condición religiosa o racial de los protagonistas. Con una relación con el sexo opuesto de respeto y comprensión.
Hoy tenemos una suerte de catálogo, impuesto, de formas de tolerancia: como es el respeto a la cultura y tradiciones musulmanas, aunque ellos obliguen a sus mujeres a vestir con burka, una tradición nunca vista en nuestro país, que es para ellos de acogida. Recomendable no sacar nuestras tradicionales procesiones de Semana Santa para no ofender la sensibilidad de ateos, agnósticos y otras religiones, porque es su cultura ¿Y la nuestra? ¿Dónde queda? Hablar de forma inclusiva, utilizando la letra “E” al final de las palabras que puedan discriminar a colectivos diversos como homosexuales, bisexuales, a transexuales, intrasexuales, binarios o no binarios. Utilizar la letra “A” al final de palabras que puedan ser ofensivas al sexo femenino por no ir dirigidas a ellas, como miembras, o juezas.
Nunca se nos dio el caso, nunca tuvimos que ser controlados en nuestra tolerancia, nunca nos importó nada más allá del respeto. Pero nos han querido vender la tolerancia como algo moderno, reservado exclusivamente a las nuevas generaciones que al parecer si necesitan el control y la vigilancia de una fuerza, casi policial, que encamine sus pasos a la verdadera tolerancia, un catálogo de sexos, religiones y tendencias que no pueden producir nada más que le rechazo de la sociedad. Un rechazo que viene dado por la opresión a la que hoy nos someten.
Antonio F. Samper
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